
Si bien la unidad política que había
forjado Alejandro se deshizo a su muerte, su legado cultural perduró. Sabía que
sólo podía asegurar el poder sobre tan inmensos territorios aceptando sus
religiones y costumbres, así como pactando e incorporando a las élites locales
a las esferas de poder. Como gran acto de propaganda hizo reproducir miles de
bustos y efigies con su rostro, que distribuyó profusamente. También se hizo
coronar rey y divinizarse en cada territorio que conquistaba, al tiempo que se
casaba o tomaba como amantes a princesas de las noblezas locales, cosa que
también animó a hacer a sus hombres.
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