jueves, 8 de enero de 2015

La ciudad tallada en la roca

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Quintaesencia del aventurero romántico, Jean-Louis Burckhardt vivió intensamente sus escasos treinta  tres años de vida, marcados por una obsesión: localizarlas fuentes del rio Niger, uno de los trofeos más preciados por los exploradores de la época. 
Natural de Lausana, miembro de una familia más que acomodada, Burcktiardt abandonó bien pronto su Suiza natal cuando su padre fue injustamente acusado de conspirar contra Napoleón. Tras unos años de exilio en Alemania se instaló definitivamente en Inglaterra, donde sus sueños de grandeza comenzaron a cobrar forma. Fascinado por el mundo de las civilizaciones antiguas y por el exotismo oriental, logró el apoyo económico de la prestigiosa Royal Society para acometer un ambicioso viaje en pos de las fuentes del Niger.

Muchos otros lo habían intentado antes que él y no fueron pocos los que murieron en el intento, pero Burckhardt era de los que no dejaban nada al azar.

Aventurero profesional. Preparó la expedición minuciosamente, familiarizándose con toda clase de disciplinas científicas y aprendiendo árabe para hacerse pasar por un mercader sirio. Una vez en Alepo oyó por vez primera hablar de las legendarias e inexploradas ruinas de la antigua capital del reino nabateo. Así, tras un largo periplo por Siria, Líbano y Palestina, el aventurero suizo, acompañado de un guía local, encontró finalmente el angosto valle en el que se ubicaban los imponentes edificios tallados en la roca de Petra, emplazamiento clave durante el siglo IV a.C. en el control de las rutas caravaneras que pasaban por Arabia. Burckhardt era un explorador, no un arqueólogo, por eso, difundido el descubrimiento, siguió camino aún decidido a encontrar las fuentes del Níger. Todavía tendría tiempo de descubrir para Occidente el templo de Ramsés II en Abu Sim bel antes de que la disentería interrumpiera definitivamente su expedición en octubre de 1814: en El Cairo expiró su último aliento.

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